La huella ambiental es un indicador que trata de medir el impacto potencial que productos, empresas o servicios generan de forma directa o indirecta a lo largo de su ciclo de vida. La Comisión Europea regula estas mediciones, que están en la base del objetivo global de descarbonización y eficiencia energética.
Las viviendas y los usos de sus habitantes son fundamentales para contribuir a reducir esta huella -los edificios generan más del 50% del CO2 en las grandes ciudades-. Del mismo modo que las sociedades han ido adaptándose a conceptos básicos como el reciclaje de los residuos que generamos a diario, toca ahora reflexionar sobre el uso de los incontables recursos y elementos de confort, limpieza o entretenimiento que tenemos en casa.
Elementos básicos de progreso y bienestar, desde los electrodomésticos a los sistemas de calefacción, pasando por los televisores, tablets, móviles o robots de cocina, generan también un deterioro ambiental del que debemos ser conscientes para optimizar su uso.
Al margen del consumo de electricidad, un asunto de primer orden con los precios energéticos en máximos históricos, el incontable “aparataje” con el que convivimos a diario tiene en ocasiones una vida útil ridícula que genera una ingente cantidad de basura tecnológica.
Según el informe Global E-waste Monitor de la agencia de telecomunicaciones de la ONU, en 2019 se alcanzó el récord de generación mundial de residuos electrónicos con 53,6 millones de toneladas métricas. Una media de 7,3 kilos de residuos electrónicos por cada mujer, hombre o niño en el conjunto del planeta.
El Objetivo 12 de Desarrollo Sostenible de la ONU hace referencia a garantizar modalidades de consumo y producción sostenible, no sólo animando a los fabricantes a alargar la vida útil de los productos, sino también a los usuarios para replantear el uso de los productos y reducir el consumo excesivo de recursos y alimentos.
Utilizar correctamente los electrodomésticos, escoger productos de bajo consumo o con control de gasto y tratar de reparar los aparatos antes de comprar uno nuevo, dejar los aparatos en stand by cuando no se estén utilizando o alejar el frigorífico de los focos de calor son solo algunos consejos básicos para reducir el consumo de energía y la emisión de CO2.
Pero el mayor despilfarro energético de los hogares tiene que ver con sistemas de calefacción en instalaciones comunes de millones de edificios que no tienen en cuenta el consumo individual de cada vivienda. Todos conocemos esa sensación de fiesta estival en pleno invierno en una vivienda con calefacción central a toda mecha bajo la simplista creencia del “todo está pagado”.
La UE obliga a partir de 2023 a cambiar estas instalaciones comunes mediante contadores individuales para la medición de los consumos energéticos en cada vivienda con dispositivos de control de gasto para que cada vecino pueda regular y programar la temperatura de su salón.
ISTA, la compañía especializada en sistemas de medición, ofrece contadores de consumo individual, repartidores de costes y módulos inteligentes para optimizar estos sistemas con ahorros de hasta el 20% en la factura electrónica y reducción sustancial de la huella ambiental. ¿Todavía vas a seguir pensándotelo?